Espacios urbanos, espacios privados. Calles, plazas, parques, avenidas, mercados, aceras, muros. O (¿íntimos es una palabra que cabe?) habitaciones, salas, comedores, cocinas, baños. Para un cuerpo entrenado y adaptable parece que todo espacio es posible de usar como escenario de danza. O tal vez para un coreógrafo, todo sitio que lo capture puede ser bailado. O quizá para un videoasta, consciente de que el tamaño de una cámara permite investigar sitios remotos, mínimos o lejanos. Divago al respecto, es todo. Una cámara puede meterse fácilmente en un espacio reducido, en donde solo cabe un intérprete. Pero luego, las imágenes grabadas pueden ser vistas por muchas, muchas personas. Muchas (y si agregamos la posibilidad del internet, el público para un videodanza puede ser incontable).
La cámara ofrece algo difícil de captar en su totalidad desde una sala como espectador: los primeros planos de todo: cara, pies, manos, ombligo, orejas, ojos, rodillas, pelo, espalda, flores, uñas, expresiones, susurros. Hasta el movimiento de una célula, vista a través del lente adecuado. Tan cercanos a veces que pueden estar hablando solo para tí desde la pantalla. En contraparte, la energía de una actuación en vivo y en directo es una descarga única y efímera, imposible de ver de nuevo, salvo en la memoria.
Ella, nuestra, la memoria puede ir y venir por una obra, estar al principio de la coreografía, recordar los momentos mejores o adelantar el final. ¿Acaso no es lo mismo que puede hacerse con la danza en el proceso de edición del video? Herramientas coreográficas para la pantalla, quizá se puedan llamar las posibilidades de la edición, casi infinitas pues la tecnología avanza rápidamente con propuestas nuevas. Además de las consabidas alteraciones de velocidad (¿qué sería de los video-clips y el cine contemporáneo sin la cámara lenta?), la edición parece ser una suerte de acabado a la coreografía o en algunos casos, la partitura definitiva que pone movimientos, velocidades, frases de movimiento en su orden, para esta perspectiva del espectador que ofrece el video. Me pregunto si es en la edición donde realmente se define la danza.
Otro punto lo ofrecen las posibilidades de las nuevas tecnologías. En la amplia muestra de videodanza que recoge el IDN he visto interactuar a bailarines con dibujos animados, juegos tecnológicos cuyo nombre desconozco, escenarios imposibles como la atmósfera terrestre y la danza en la ingravidez del espacio, complejos procesos digitales que desdibujan y transforman el movimento, el cuerpo humano, o ponen a bailar objetos inanimados. Sin embargo, yo confieso mi preferencia por los básicos: buenos intérpretes, buen concepto, buena cámara, buen director, locaciones sencillas y buen sonido (seguro que más tarde me tragaré mis palabras con alguna sorpresa tecnológica). ¿Es la belleza de la danza? ¿Es la belleza de la fotografía? ¿Es la precisión en el lenguaje audiovisual? ¿Es la historia (cuando la hay)?
Sesenta y un videos, repito, insisto, están a la carta, como bien lo dice el nombre del evento. En el segundo piso del Mercat de les Flors y en la Mediateca de CaixaForum. Además, las tres obras ganadoras del concurso de proyectos VideoDansa2008; FI de Guillem Rodri, Promesa de Temps Caigut de Isabel Rocamora y Casual de Aitor Echavarria (éstas no participan dentro del mencionado Premio Internacional de Videodanza Barcelona 2009). La gente, ya lo hemos visto, hace fila para sentarse frenta a uno de los cuatro monitores en el Mercat, por ejemplo. Imágenes sutiles o imágenes que te atraviesan por su dureza y como eje gravitacional de todo, el cuerpo. Simplemente el cuerpo. Negro, blanco, delgado o gordo. Danzante o no danzante. Hábil al extremo o torpe incluso.
Hoy en la noche se conocerá el nombre del video ganador del concurso y cuales serán las obras que comprará la Mediateca de Caixafórum, como una suerte de segundo premio y reconocimiento al esfuerzo de bailarines, coreógrafos, editores, camarógrafos, sonidistas, etc (es mucha la gente que hay tras un videodanza). Es un lugar común pero una verdad de a puño decir que debe ser difícil para el jurado elegir los mejores entre tanta variedad. ¿Cuáles son los parámetros? No basta con el preciosismo de la danza, supongo. Claridad en el concepto, claridad en su ejecución, poética y precisión en el lenguaje audiovisual, certeza en la edición (vaya, la edición, un tema más porque quizá en la edición donde finalmente exista la coreografía en el videodanza, pero esto es tema para otro escrito). Si la música o cualquier otro ambiente sonoro elegido levanta o hunde sin remedio la obra, por ejemplo. Es fácil suponer para quien pasa por la muestra como espectador. Cuando el jurado cuente los porqués de su selección, seguro dará una herramienta más para entender este tipo de obras, rutas necesarias para que todo tipo de público (expertos y aficionados) aprecie en su justa medida este tipo de trabajos. Por ahora, sentarse con calma y la mente tranquila frente a los monitores y sumergirse en las obras de videodanza es un buen boleto de viaje por estos (y otros) días.
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